Rita Pérez y Antonio Gómez eran un matrimonio campesino. Vivían en un pequeño pueblo de Castilla y León llamado Osona. El pueblo era muy pequeñito, las casas estaban construidas de adobe, con puertas de madera un tanto agrietadas y chimeneas llenas de hollín de tanto usarlas. Debido a eso, el pueblo tenía un sutil color tierra.
Antonio era un hombre muy trabajador, se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y se dirigía felizmente a dar de comer al ganado, al cual quería mucho ya que no tenía hijos. También solía ir a ver qué tal Iván sus tierras y a la huerta. Solo iba a casa para comer cenar y dormir. En cambio su esposa, Rita Pérez, era una mujer que no se conformaba con nada, a pesar de lo mucho que trabajaba su marido, siempre quería más. Aunque su relación no pasaba por uno de los mejores momentos. La madre de Antonio había fallecido hacía un par de años, y él había heredado otra casa en el pueblo, una casa pequeña, con la pintura amarillenta y agrietada, y las ventanas rotas. Ella quería arreglarla, pero él no solía ir porque le recordaba mucho a su madre. En verano, el pueblo se transforma, se llenaba de gente. Un día de julio coincidió que un grupo de chavales entraron a la casa heredada por Antonio. Después de jugar por toda la casa, uno de los chicos, Rodrigo Díaz, se sentó en una de las camas, y noto que algo le pinchaba en la espalda. Llamó a sus amigos y entre todos inspeccionaron el colchón hasta que de repente encontraron una gran cantidad de joyas en el. ¿Y si nos lo llevamos? le pasó por un momento a uno de ellos por la cabeza, pero se dio cuenta de que era una mala idea. Como la cantidad de joyas era tan grande, Rodrigo se sintió nervioso, preocupado, ansioso y asustado, tanto que le temblaban las piernas, y le sonaba la cadena que llevaba colgando del bolsillo. Decidió contarles a sus padres todo lo sucedido. La Guardia Civil solía patrullar habitualmente por allí y decidieron comentarles lo que habían visto. Desde ese momento comenzó una inspección policial en la que se dedujo que las joyas eran robadas. Había todo tipo de joyas, desde anillos con piedras preciosas hasta pulseras de oro de muchos quilates. Tras una breve investigación, las pruebas apuntaban a que Antonio había sido el artífice de los hechos, aunque él lo negase. Se le condenó a 10 años de prisión. Mientras él cumplía condena, Rita falleció a causa de una enfermedad. Desde aquellos acontecimientos, nadie pisó esa casa. al cabo de unos años, el ayuntamiento decidió derrumbar la casa, ya que estaba en muy malas condiciones. En el proceso, uno de los trabajadores, vecino de Osona, encontró una caja de plata, y decidió llevársela a Antonio ya que era propiedad suya. La caja estaba cubierta de tierra, y cerrada con un candado bastante oxidado, pero Antonio no tenía la llave y no podía abrirla. Después de haber estado pensando mucho tiempo, Antonio se acordó de que Rita siempre llevaba una llave colgada del cuello, tras su fallecimiento él la había guardado junto con sus pertenencias. En ese momento Antonio estaba temblando y le caía una gota de sudor por la frente. Cogió la llave, y después de un par de intentos, la introdujo . Le dio dos vueltas y la abrió. Ahí se encontraba, amarillento, el diario de Rita, el cual con mucha intriga comenzó a leer. A medida que iba avanzando en la lectura, más impresionado se quedaba de lo que estaba leyendo. No se lo podía creer, todos estos años en la cárcel, y la culpable había sido su mujer. ¿Habrá sido mi matrimonio cierto? no sabía ni qué pensar en ese momento. Al leer esas líneas se dio cuenta de que su mujer había tenido problemas de cleptomanía, y había estado robando a las vecinas y en los pueblos de al lado.
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